martes, 6 de mayo de 2008

Paz















Tras pasear por las diminutas calles del pueblo de Kamakura, dió con una larga escalera que acababa en un diminuto templo.
No había un alma y el silencio era sepulcral.
Se sentó a la entrada y sacó su cuaderno, un pequeño diario de viaje que nunca terminaría.
Y escribió:

Capítulo 7. Kamakura.

Imposible describirlo con palabras.

Cerró el diario y se quedó observando el océano pacífico a través de las pequeñas viviendas, mientras caía la noche,
pensando si alguna vez volvería allí.

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