Él deambulaba sin mucho rumbo, la mañana comenzaba a avanzar, y mientras todos se iban a acostar, él tenía aún una cuenta pendiente.
Saludaba con gesto vacío a aquel que se cruzara. Su aire distraído le hacía moverse con relativa lentitud, como si la gravedad no terminara de actuar en él. De sus pupilas, dilatadas como agujeros negros, emanaba una melancolía casi palpable, como si pudiera lanzarla allí donde mirara.
De alguna manera llegó a una puerta inesperada y la abrió.
Y allí estaban las tres, acurrucadas cada una en su cama, pequeñas e inherentes al mundo. Dispersas como mantequilla untada sobre demasiado pan.
La imagen le inspiró cierta ternura, o belleza, o ambas...
A fue la primera en abrir un ojo, somnolienta le miró y sonrió, y le invitó a sentarse al pie de su cama.
P y L también amanecieron y preguntaron con la mirada: "¿Cómo estás?"
Él clavó sus ojos en cada una de ellas, sin palabras, prácticamente entregándoles a cada una un pedacito de corazón. Era como si hubiera ido perdiéndolos por el camino y quisiera regalar los últimos, para que le comprendieran, para que le escucharan. Él, de alguna forma, solo quería contar su historia.
Y así comenzaron a divagar sobre su vida. Abrió su pecho y las dejó entrar (tan pequeñas ellas), y que averiguaran quien era y cómo era.
L, que le conocía un poquito más, no tardo en intentar contener alguna lágrima, estaba triste por sus amigos.
A y P, emocionadas por los relatos y su forma de amar, pronto se dejaron llevar.
Él no podía parar de hablar, quería contarlo todo, decir todo. Lo que había callado durante tanto tiempo.
...
Cuando terminó, mucho más airado, las miró. Allí seguían tumbadas y diminutas, con una especie de sensación agridulce. P dijo "¿Nos levantamos a desayunar?", y el resto asintieron.
Al salir del cuarto, sintió el primer coletazo de tranquilidad en toda la noche, y sonrió sinceramente.
Se paró delante de la puerta y susurró "gracias chicas".
Y cerró tras de sí esa entrada a Liliput. Era la hora de enfrentarse al gigante.
¡Ánimo Valiente!
Saludaba con gesto vacío a aquel que se cruzara. Su aire distraído le hacía moverse con relativa lentitud, como si la gravedad no terminara de actuar en él. De sus pupilas, dilatadas como agujeros negros, emanaba una melancolía casi palpable, como si pudiera lanzarla allí donde mirara.
De alguna manera llegó a una puerta inesperada y la abrió.
Y allí estaban las tres, acurrucadas cada una en su cama, pequeñas e inherentes al mundo. Dispersas como mantequilla untada sobre demasiado pan.
La imagen le inspiró cierta ternura, o belleza, o ambas...
A fue la primera en abrir un ojo, somnolienta le miró y sonrió, y le invitó a sentarse al pie de su cama.
P y L también amanecieron y preguntaron con la mirada: "¿Cómo estás?"
Él clavó sus ojos en cada una de ellas, sin palabras, prácticamente entregándoles a cada una un pedacito de corazón. Era como si hubiera ido perdiéndolos por el camino y quisiera regalar los últimos, para que le comprendieran, para que le escucharan. Él, de alguna forma, solo quería contar su historia.
Y así comenzaron a divagar sobre su vida. Abrió su pecho y las dejó entrar (tan pequeñas ellas), y que averiguaran quien era y cómo era.
L, que le conocía un poquito más, no tardo en intentar contener alguna lágrima, estaba triste por sus amigos.
A y P, emocionadas por los relatos y su forma de amar, pronto se dejaron llevar.
Él no podía parar de hablar, quería contarlo todo, decir todo. Lo que había callado durante tanto tiempo.
...
Cuando terminó, mucho más airado, las miró. Allí seguían tumbadas y diminutas, con una especie de sensación agridulce. P dijo "¿Nos levantamos a desayunar?", y el resto asintieron.
Al salir del cuarto, sintió el primer coletazo de tranquilidad en toda la noche, y sonrió sinceramente.
Se paró delante de la puerta y susurró "gracias chicas".
Y cerró tras de sí esa entrada a Liliput. Era la hora de enfrentarse al gigante.
¡Ánimo Valiente!
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