martes, 19 de agosto de 2014

Madrid, Madriz, Mydrid.

Mi ciudad.

Ese entresijo de calles con más historias que años. Adoquines incómodos y ruidosos que saludan si les muestras aprecio con tus pasos. La recorro muy poco últimamente.
Cada barrio tiene un pedazo de mi, de mis recuerdos, de mi vida.

Veo tus pasos en muchos de ellos, y los míos aún marcados por tantos caminos andados juntos. Pero cada vez se evaden más. Puedo verlos desde la distancia cómo muchos llevan a tu portal. Al bar de en frente, a esa plaza o ese banco.
Y empieza un amasijo de suelas que se confunden.

Tú pisabas asfalto, yo pisaba nieve, y con la sal para curar, se van desvaneciendo las mías poco a poco, y veo nuevas formas que no reconozco y te persiguen juguetonas.

Entonces huyo de ellas, y me siento huyendo de mi ciudad, y pienso si tú las ves también y qué pensarás.


Que las tuyas siempre marquen el camino a casa.
Que la nieve te recoja siempre si te caes.

Que si me marcho, sigas siendo mi ciudad. Y tú, el estandarte.

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